La copa para huevos

Actualizado el lunes, 27 septiembre, 2021

La copa para huevos

Texto y video por Clara Lopez Verrilli

¿Puede el espacio, vacío y variable, ser parte de un objeto dividido en dos?

La copa para huevos está partida en dos. La parte cóncava se separó del pie y de la base en algún acto de torpeza que quedó en el olvido. Es de cerámica blanca con flores violetas y tallos verdes dibujados alrededor. También tiene unas florcitas celestes, pero esas no llaman tanto la atención. El motivo floral se repite dos veces. La circunferencia y la base de la copa están bordeadas por una línea dorada de un milímetro de espesor. Cuando estaba unida, la copa para huevos medía 6,5 centímetros, ahora la base mide dos y el resto cuatro centímetros y medio. 

No tiene firma ni marca. Su nombre hace referencia a una función que ya no puede cumplir. Se supone que sirve para sostener un huevo pasado por agua, para comerlo desde ahí con una cucharita o sopando pedacitos de pan a través de un agujero en la parte superior de la cáscara. 

¿Qué queda de un objeto,
que se define por su función,
cuando deja de funcionar?

Googleo: “copa para huevos” y la primera foto que aparece es de una copa idéntica a la que tengo en mis manos. Refuerzo la búsqueda: “copa para huevos historia” y con eso me entero que existen desde la Edad de bronce y que su uso expandió en el Siglo XV. La que yo tengo era de mi nona Carmela, la usaba cuando iba a visitarla los jueves a la tarde y ella me preparaba un huevito con pan, para que no llegue con tanto hambre a la cena.

Ahora que es mía 
ya no puede sostenerse en pie.
Ahora que está partida 
¿es un objeto o dos?

Agarro una parte de la copa para huevos con cada mano. Las intercambio, testeo el peso. La que fue la parte superior es más pesada que la que fue la base. Decido llevar la experimentación hacia los datos y para eso busco la balanza de cocina. Peso un huevo: cincuenta gramos. Peso las dos partes de la copa: cincuenta gramos. Decido hacer de esa coincidencia un hallazgo significativo. 

Hago de ese 50/50 
la suma de una totalidad.
Transformo la casualidad 
en una posible completitud.

En su época de esplendor las copas para huevos venían en pares y se regalaban en los casamientos. En la vajilla de la nona, en algún momento hubo dos copas, pero una se perdió o se rompió. Conmigo la pareja nunca llegó y tal vez por eso la copa se dividió, en un intento fallido de mitosis y autosuficiencia en el que el número de cromosomas no alcanzó para las dos células.  

Ahora juego a encastrar las dos partes girándolas hasta sentir que se frenan en una unión perfecta. La línea de corte entre las dos partes no es regular, es una ondulación que zigzaguea. Pero el juego se termina ahí. No me parece una buena idea pegarlas, eso alteraría su materialidad, sería un ataque a su tiempo. ¿Un quiebre puede ser parte de un objeto? Vuelvo la atención a las dos partes de la copa y pienso, entonces, que hay una tercera.

¿Puede el espacio, 
             vacío y variable,
                       ser parte de un objeto dividido en dos?

Una copa no es más
que la suma de sus partes
       una casualidad
       una partida 
       un corte
       una posible completitud.

Una copa
       que se adelanta al hambre 
       que absorbe el vacío
       que no le miente al tiempo
       que no se sostiene 
       pero se mantiene en pie.

* Texto producido a partir de la consigna de la escritora colombiana Carolina Sanín en el marco del II Mundial de escritura [Julio 2020].

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