Hermano mayor
Texto por Tomás Viú – Imagen: Pi Viú
Una historia familiar con goles a favor y pelotazos en contra.
Mi hermano mayor, Franza, me lleva siete años. Fue él quien dijo que no, quien me dijo a mí que no. Yo seguí el mandato, en ese momento no había lugar para la desobediencia. Tal vez mi hermano dijo que no porque tenía bien claro a lo que habíamos venido. No se permitió dudar.
A lo mejor porque él había crecido de golpe. Rindió el secundario libre mientras trabajaba en la chacra familiar que papá arrendaba en Barrancas, donde nací. Cuando vinimos a Rosario fue para estudiar, no había margen para otra cosa. Era la época de “mi hijo el doctor”. Esa era la dirección hacia la que debíamos ir. En esa dirección fuimos. Y ahora estoy acá, contando esta historia.
Cuando Franza empezó Medicina a mí todavía me faltaba la secundaria que cursé en el Colegio Inglés con una beca. Después yo seguiría sus pasos y también me anotaría en la misma carrera. Pero la redonda siempre me tiró, había un poder de magnetismo muy grande que irradiaba ese objeto de cuero esférico. Y por qué no probar suerte entonces, si tenía condiciones. No había otro lugar posible, tenía que ser en el Club Atlético Rosario Central. Un día me fui a probar. Jugaba de número cinco, volante central, el que mete, el que raspa. Me gustaba tener el panorama completo, ver la jugada de frente para poder decidir. Y así fue que quedé, o que me eligieron, porque en realidad no me quedé.
Cuando se enteró mi hermano dijo que no, me dijo que a mí que no. Pienso inútilmente qué hubiera pasado si aquella mañana fría que íbamos caminando con Franza por la zona de la facultad donde ya me había anotado no nos hubiéramos cruzado con mi amigo. Pienso que hubiera sido si mi amigo hubiera callado, si no hubiera dicho que me había visto jugando en el Club.
Empecé contando esto con la figura de mi hermano mayor porque fue él el responsable de la historia que no fue. Gracias a esa prohibición fui un oncólogo que salvó muchas vidas. Gracias (por culpa) de esa prohibición no llegué a jugar en primera en el club de mis amores. Si el papel de un médico es curar heridas, el rol de un defensor o de un volante de un equipo de fútbol puede ser causarlas, en el intento de evitar que el rival llegue al área propia con pelota dominada. Lo en común entre ambos podría ser el nivel de atención y precisión a la hora de cortar: tejidos o jugadas. La precisión en el corte.
Por lo demás, pude disfrutar de ir religiosamente cada vez que la cancha se electriza al estallar de la victoria el gol. Y traer a toda la familia, de a uno, de a dos o en caravana. Con Julia, que el partido no le entretenía tanto como mirar a los hinchas que en ese momento iban de traje y corbata y puteaban como ahora. Y morderme el labio por cada pase mal dado. Y ver de todo: los goles imposibles, los penales mal cobrados, las simulaciones, las goleadas a favor, las en contra, el taco, la rabona, aquel penal, la remontada, la roja directa, el abandono. Hoy miro el partido desde la tribuna, y pienso en lo que haría yo, en cómo resolvería la jugada
