Acceso agua bendita

Actualizado el lunes, 27 septiembre, 2021

Acceso agua bendita

Por Tomás Viú

Ilustraciones: Pi Viú

Apuntes de un viaje al barrio Rucci, el Fonavi y la misa de las siete de la tarde.

A medida que el colectivo se aleja del centro las casas son más bajas y prácticamente no hay edificios. El campo de la mirada se amplía, las esquinas son más abiertas y los anuncios de los comercios se escriben con tiza en los pizarrones. Las veredas son relativas: cuando llueve se inunda y se embarra. Empiezan a aparecer algunos edificios, de los que no hay en el centro. Todos iguales: mismas entradas, mismos colores, mismos balcones. Son los barrios Fonavi, conjuntos habitacionales construidos en los márgenes de las grandes ciudades como Buenos Aires, Córdoba y Rosario.

El barrio Rucci está compuesto por 2040 viviendas distribuidas en edificios de planta baja y tres pisos. Cuando empezó a construirse en 1973, Perón era Presidente por tercera vez y José Ignacio Rucci, sindicalista y líder de la CGT, era asesinado. La construcción de las viviendas tardócinco años.Cuando fue la inauguración Perón ya estaba muerto, había tomado la posta Isabelita, había operado la triple A, habían dado el golpe los militares y trataban de tapar el sol con las manos y el terrorismo de Estado con un mundial de fútbol. El barrio se inauguró con el nombre Primero de Mayo pero todos lo conocen como barrio Rucci. En este barrio está la Iglesia Natividad del Señor, conocida como la iglesia del Padre Ignacio, uno de los curas sanadores más famosos de Argentina que en el último vía crucis de semana santa convocó a trecientas cincuenta mil personas.

En el sector derecho del hall de entrada a la parroquia hay una santería. Del lado izquierdo, la oficina de informes y un pasillo que conduce a los baños. Adentro de la iglesia los ventiladores están apagados. A los costados y al frente hay cuatro aires acondicionados. La misa no se suspende con los calores del verano.

Veinte personas esperan la misa de las siete de la tarde. Un tipo apoya los codos sobre el recodo de madera y los pies, separados del suelo, sobre el escalón que tiene el banco. Apoya una mano sobre la otra. Mira al frente, espera. Más allá dos personas también esperan, abrazadas. Aunque estén de espaldas, por las tinturas en los cabellos y los cortes de pelo infiero que las mujeres tienen más de cincuenta años. Una persona entra, se agacha y hace la señal de la cruz de manera exagerada. Mira hacia arriba buscando el cielo, como los jugadores cuando se besan el escudo de la camiseta después de hacer un gol. Pertenecer.

Ahora hay cerca de setenta personas. Dos mujeres en el estrado lateral esperan. En unos minutos una de ellas hablará, dará el saludo correspondiente, presentará los distintos momentos de la eucaristía y cantará algunas canciones acompañada de la otra mujer que tocará una guitarra eléctrica blanca. Alguien se acerca al altar con una caja de fósforos y enciende dos velas. Entra el cura y confirmo lo peor: no es el Padre Ignacio.

Cuando termina la misa, salgo de la parroquia y veo que en el costado derecho hay una entrada que dice “Acceso agua bendita”. Ocho personas esperan en fila con uno o dos bidones vacíos en la mano. Enfrente, por la calle lateral hay un señor que espera sentado, casi dormido. Está rodeado de bidones vacíos. Cuando me acerco me saluda con una pregunta.

– ¿Bidones, maestro?

– ¿Cuánto están?

– 40.  

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